jueves, 4 de mayo de 2017

TRES POR SIETE






      Tras la cortina se oía el borborigmo del mar. El Mediterráneo se había comido el fresco sin nubes de la noche y ahora, imitando a las ballenas, digería sus ácidos nutrientes. Mugía sobre el sueño matutino de Jean Claude. Era temprano aún. Jean Claude despegaba poco a poco los párpados. Ante él  se iba perfilando el dormitorio, con sus rincones, su cómoda, su televisor telefunken, su papel beige. El sol, que nacía en la arpillera,  pintaba prismas en el cielo raso. Abajo, besaba la arena de Blanche Calvet. Jean Claude oyó el chapoteo de las olas contra las raíces al aire en la ensenada, la espuma como hecha de ganchillo, la espuma con pasajera topografía de crepe, batiendo en las rocas.




     Chasqueó la lengua. Notó un sabor agrio al fondo del paladar. Guardaba la misma postura que había adoptado al caer en brazos de Morfeo la noche anterior. Como de costumbre, se había dejado acunar por la radiogaceta. La RTL seguía sintonizada a volumen de crucero.











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