Es domingo y hace sol. Que haga sol al visitante le parece bien. Que sea domingo al visitante le parece bien. Los domingos en la de Indalecio preparan callos con garbanzos y a la salida de misa el local se llena.
Entre tanto alboroto a Monchiño da Zoqueira la lengua le rebosa y los ojos se le cuecen. Monchiño pone la silla al revés, sienta en ella y oye el murmullo del bar hasta que lo atrapa el sueño, hasta que el sueño le da con su mugido y su olor a friegas de bidueiro . Sus ojos de píntega se le van para los lados y el esqueleto le cuelga con el peso de las voces. Monchiño siempre sienta con el respaldo para él para que el sueño le de y lo lleve sin llevar un golpe. Ya tiene caído por sentar como en la escuela, como le decía doña Elvira que sientan las personas. Dizque a Monchiño, tras nacer contrahecho, apenas le daban unos días de vida. A la última salió duro como las piedras. No es por nada pero yo creo que nos va a enterrar a todos. En cierta ocasión Monchiño estuvo a punto de pensar algo, pero bebió agua del grifo y se le pasó. En otra ocasión estuvo a punto de pronunciar bien pero sonó los mocos y se le pasó. Por San Roque, a la que levanta la orquesta, los mozos le dan a comulgar queso taqueado y estrella galicia. El queso le hace mal, la verdad, nunca le prestó, ni de pequeño, pero por un quinto de balde Monchiño haría lo que fuese. Lo que fuese. Monchiño da Zoqueira sirve en la de Solina. Se ocupa de estrar las cortes, ordeñar las vacas y llevarlas a pacer. Cuando va al lameiro aparta de las pozas, mucho gracias a sus ojos de píntega.